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Pararse a pensar. Nada menos. Con la simplicidad de lo revolucionario, aún más en un mundo tan rápido y carente de fundamentos. Transmitir con claridad la premisa de que tomar el tiempo preciso y precioso que requiere una reflexión tranquila alrededor de cualquier cuestión, por mezquina que nos pudiera parecer, es la principal fuerza de eso que queremos poner en valor con el nombre de filosofía. Porque la filosofía, tan perseguida en estos tiempos, escondida y arrumbada por los saberes técnicos, la diversión o el ocio vacío, la repetición mecánica de los juegos, la banalidad especular infinita de un uso acrítico de las redes sociales, posee un valor central: darle contenido y densidad al tiempo que parece que protagonizamos pero que se nos escapa, crear VALOR en donde todo parece igual o indiferente.
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Y la herramienta sobre la que dan vuelta la mayor parte de las ediciones que presentamos se parece misteriosamente, como si entre todas quisieran crear una herramienta útil contra ese tiempo sin valor ni dirección. En todas ellas, aún más que de filosofía hablamos de la necesidad de crear un espacio para pensar, un lugar de reflexión o lo que es lo mismo, atendiendo a que etimológicamente, en su origen la palabra pensar se traduciría desde el latín pensare, pendere por sopesar, valorar, colgar varias opciones en una balanza sobre la que hay que decidir y formar un criterio propio. En contra de este acto crítico, de decisión activa, se encuentran todas las herramientas que crean pasividad en nuestras ideas; además de las ya citadas, la formulación de ideas preconcebidas, las soluciones preestablecidas, los prejuicios, las falsas alternativas, las falsas ideas… ni que decir tiene que cada una de las «malas» artes de la decisión conllevarían pesadillas extremas si se llevan a su máximo exponente: en todas ellas se encuentran la base del racismo, el fascismo, el sectarismo, el gregarismo… vicios modernos demasiado populares en nuestros días.
Un sencillo y revolucionario antídoto: pararse a pensar. Todo ello está en la base de la formación de ciudadanos críticos, libres y autosuficientes, capaces de imprimir carácter en sus decisiones y no dejarse llevar por lo que piensen los demás, lo que piense el grupo, lo que indique la masa, o lo que un líder carismático pueda indicar como solución fácil ante cualquier situación de nuestras vidas. Esa es una tarea mayor de la filosofía, como podemos sentir en los valores y las noticias que nos rodean, hoy tan urgente como siempre.
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Los libros Ahora que lo pienso y Pienso luego insisto de la escritora francesa Anne Sophie Chilard son una propuesta que quieren conjugar al placer del juego con el rigor de la reflexión sobre una serie de temas marcados, una vez más para nosotros, por el sano ejercicio de la pregunta. Sesenta cuestiones en dos volúmenes, ensayadas en talleres de filosofía, amenas y, he aquí la valentía, sin resolver, sino presentadas en sus distintas perspectivas para que puedan incitar al diálogo, al cuestionamiento, al debate, a la opinión y su contraste y como, no, en su cúspide, a la toma de decisiones propias mediante la valoración, la balanza de la inteligencia y el sopesar del criterio, es decir, mediante el pensamiento.
Parecieran puzzles en donde es el niño quien debe construir las piezas, para aprender su valor y su disposición. Y parecieran tejidos extraídos para su observación de lo más cotidiano, ahondando en su profundidad, podemos encontrar reflexiones sabrosísimas sobre la vergüenza, el compromiso, la imaginación, el sexo, el miedo, qué es estar enamorado, el éxito o el racismo, que dimensiones tiene la soledad, quién decide lo que está bien o lo que está mal, cuando una pregunta es idiota, por qué existen diferencias en la pobreza y la riqueza, qué es la venganza o la ira, o la guerra.
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El estilo ilustrado de presentación está complementado con una escritura aforística, de pequeños e incisivos pensamientos, muy críticos, en su mejor forma constructiva, que nos dejan siempre en la actitud de valorar el sentido al que las sentencias envían, dentro de la tradición occidental de la fábula o la moraleja, la deducción de una enseñanza moral de una imagen literaria o de un ejemplo, una anécdota, etc.
Como ejemplo: el apartado Para qué sirve el dinero introduce mediante imágenes diversos valores que pueden conferirse a su utilidad, su relación con el trabajo, su rol social, su uso, para contraponerlo a un valor absoluto como la felicidad, remarcando los problemas que su uso indiscriminado puede tener, hasta llegar a hacernos prisioneros de su servicio. El resumen en la hoja final lo encabeza una pregunta crítica, como una invitación al debate, como una cuestión abierta, compleja y difícil: ¿Se puede comprar todo? Aquí es donde encontramos el valor infantil, aquel que es capaz de cuestionarnos con extrema sencillez sobre lo más cercano, y en donde la calidad de la respuesta que preparemos con el niño puede introducirnos en la mejor gimnasia del pensamiento, pues, humildemente, nos deberemos poner a valorar con él cada aspecto a favor o en contra de cada idea desgranada por los autores. Las «aleluyas» del ilustrador y la escritora son deliciosas como inicio de un proceso de respuesta:
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¿Cuánto cuesta el mar? No esta en venta.
Deme 150 euros de imaginación, por favor, ¿Imposible?
Para desembocar en la moraleja abierta final: Aún teniendo mucho dinero, hay cosas que no se pueden comprar.
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La pregunta se ha transformado en un juego en donde podemos activar y poner a prueba toda nuestra capacidad para sopesar valores, datos y perspectivas. El juego de la inteligencia.
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Miguel Ángel Ramos.
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