MITOLOGÍA PARA NIÑOS: Perseo y Andrómeda. Un amor desde las alturas
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Perseo se sentía feliz. Gracias a la inestimable ayuda de los dioses, había conseguido lo que parecía imposible: volver con la cabeza de medusa dentro de una bolsa mágica proporcionada por las Ninfas del norte (aquí).
Aunque todavía le quedaba un largo viaje hasta alcanzar las costas de Sefiros, isla en la que le esperaba su madre desesperada pensando que había perdido a su único hijo en la complicada tarea que el malvado rey Polidectes le había encomendado (aquí).
En este viaje de vuelta, mientras sobrevolaba las costas de Palestina, algo llamó poderosamente la atención de Perseo.
En medio del océano había una estatua de una bellísima joven atada a una roca.
El valiente héroe no pudo evitar acercarse a la escultura. Y cual no sería su sorpresa cuando se dio cuenta de que de los ojos de la estatua caían dos amargas lágrimas mientras el cuerpo se retorcía de desesperación intentando liberarse. Perseo no estaba ante una escultura, lo que realmente se encontraba atado a una roca en medio del océano era Andrómeda
Una princesa bellísima injustamente castigada por la imprudencia de su madre.
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Andromeda era hija de Cefeo y Casiopea reyes de Etiopía. Su madre, una señora de carácter vanidoso y engreído, creía ser la mujer más bellas del mundo, más bella incluso que las Nereidas -ninfas marinas ahijadas de Poseidón, el rey del mar- y así se lo comunicaba a todo aquel que quisiera escucharle.
Tanto habló Casiopea de su sin par belleza que sus palabras llegaron a oídos de las propias Nereidas quienes se enfadaron y ofendieron muchísimo con ella, pidiendo a Poseidón que vengase semejante afrenta.
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Y, ¿sabéis qué pasó? Exacto, que Poseidón decidió complacer a sus queridas Nereidas enviando una devastadora inundación sobre la costa y un terrible monstruo que devoraba cuanto se ponía a su alcance.
En poco tiempo el pánico se apoderó de todos los habitantes de Etiopía y Cefeo decidió acudir al oráculo en busca de solución.
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La respuesta del oráculo de Amón fue terrible:
Solamente al entregar a la hija de Casiopea al monstruo, Etiopía se vería libre de maldiciones.
Ahora entendéis porque la bella Andrómeda, sin culpa alguna, acabó atada a una roca frente al inmenso monstruo marino, pagando los errores de su engreída madre.
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Y aunque culpables, una por soberbia y el otro por permitirlo, la pena de los reyes era inmensa. Se pasaban los días viendo la desesperación de su hija sin poder hacer absolutamente nada más que llorar. Así que cuando apareció Perseo, ofreciéndoles una alternativa, se les abrió el cielo.
¿Estarían dispuestos a concederme la mano de su hija si la libero del terrible monstruo frente al que está encadenada?
La respuesta no se hizo esperar:
Por supuesto- dijeron alto y claro los reyes aunque eso sí, con pocas esperanzas de que ese joven apuesto fuese capaz de dominar al monstruo.
Lo que no sabían era la infalible arma de la que disponía Perseo, la cabeza de Medusa que incluso decapitada lograba petrificar todo aquello que se cruzaba con su mirada.
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La lucha fue breve y menos de lo que canta un gallo Perseo logró matar al monstruo y liberar a la bellísima Andrómeda. Cuando ambos se presentaron donde los reyes estos se dieron cuenta de que se les había olvidado un pequeño dato…
Andrómeda estaba prometida a otro…
Pero Perseo, profundamente enamorado como estaba, ya no era capaz de renunciar a la joven por lo que optaron por celebrar la boda lo antes posible. En medio del banquete un grupo de doscientos hombres armados encabezados por el supuesto prometido de Andromeda irrumpieron en la sala:
Andrómeda es mía, debe casarse conmigo…
Fueron las únicas palabras que dijo el supuesto prometido. Esta vez Perseo decidió no gastar ni mucho tiempo ni muchas fuerzas. Simplemente volvió a sacar de la bolsa la cabeza de Medusa y todos los enemigos acabaron convertidos en piedra.
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Perseo, tras finalizar la celebración, volvió a calzarse las sandalias de Hermes para poner nuevamente rumbo a Sérifos, aunque esta vez el viaje lo hizo acompañado por su bella esposa Andrómeda.
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