FILOSOFÍA PARA NIÑOS: La conversación
FILOSOFÍA PARA NIÑOS | La conversación | LITERATURA INFANTIL.
La conversación, como tema, nos introduce en el corazón de la filosofía: la palabra. Con su nombre griego, logos, encontramos su espejo en otra figura central para el pensar, el diálogo. Cuando reflexionamos, no hacemos otra cosa más que interpretar un diálogo interior, con esa instancia tan íntima e intuitiva como es nuestra propia conciencia. De la sencilla atención a este hecho, de ser conscientes en cómo hablamos con nosotros mismo, cómo nos contamos los hechos, relatamos sus aventuras, valoramos sus perspectivas, interpretamos su valor se siguen una serie infinita de consecuencias filosóficas, psicológicas, personales, de una riqueza inmensa. La segunda vertiente del diálogo, o de la conversación nos presenta a una instancia misteriosa, el otro y los otros, aquellos que nos acompañan y cuyo misterio nunca acabaremos por conocer. Todo el conjunto de sensaciones que tiñen el diálogo con los otros constituyen el humus de las relaciones humanas. Todo puede ser reconocido como una conversación, directa o simbólica: el amor, el miedo, el deseo, la violencia, la esperanza. Analicemos con tiempo cómo se produce nuestra relación con los otros, con algún otro especial, con nuestra pareja, nuestro hijo, nuestro superior o inferior, nuestros allegados, parientes, vecinos…
Podemos encontrar un increíble paisaje de matices, resueltos o irresueltos, resolubles o dificultosos, agradables o ásperos. La misma variedad que encontramos en cualquier forma compleja la hayamos en el lienzo de nuestras relaciones con los demás, que de ser una forma pasiva puede convertirse en una vía activa de conocimiento que puede hacerse más fértil y positiva. Nunca se trata de autoayuda, sino de lo contrario: conocernos a través del espejo del otro. La misma riqueza de formas que puede poseer una sinfonía, o un cuarteto de cuerdas, o una complicada composición en un lienzo del Caravaggio, podremos hallarla en la infinita variedad y plasticidad que tiene el mundo de posibilidades de nuestras relaciones. Si ensayamos una serie de calificativos, sean cuales sean, y los aplicamos a esta línea de conversación con el mundo, encontramos su riqueza potencial: abierta, cerrada, diversa, concentrada, aguda, grave, rápida, lenta, e incluso las más abstractas tendría aplicación para colorear nuestra relación con el mundo: roja, verde, negra, blanca, turbia… De forma simpática podríamos dibujar o describir nuestra relación con todo cuanto nos rodea, incluidos nosotros mismos utilizando palabras que dan valor, iniciando un siempre productivo diálogo.
La última instancia del díalogo son los objetos y materias del mundo, con el mismo valor que los dos anteriores a los que nos hemos referido, nosotros mismos y los demás. Nos relacionamos con una infinitud de objetos, más o menos “minerales”, más o menos “físicos”. Las palabras y los pensamientos son objetos, por poner un ejemplo, del mismo formato y diferente apariencia que nuestras pertenencias, los alimentos o nuestras casas. Todos tienen en común que están presentes y tienen valor en su relación con nosotros. Bien, el ejercicio filosófico consiste en –como hemos venido diciendo en esta sección (aquí)- pararse un segundo y valorar, pararse a pensar. También hemos visto cómo las preguntas corresponden exactamente a esta idea. La pregunta aquí sería: Qué cosas me rodean y qué valor tienen? Cada uno es capaz de hacer una pregunta semejante, desde su punto de vista, o de continuar la línea de reflexión con nuevas preguntas. Cuantas más preguntas, mayor es la profundidad si aprendemos a elegir la dirección adecuada. Preguntándonos sobre cualquier cosa podemos atisbar la profundidad del misterio último, su grandiosidad maravillosa (aquí). Me gustaría tan sólo introducir una herramienta hermana de la filosofía en este afrontar lo escondido –no otra cosa significa misterio, lo cerrado- como es la poesía: un sistema extremo de pregunta por el sentido del mundo a través de un uso exquisito de la palabra. Tendremos tiempo de pasear por esta conexión en estas líneas.
La conversación. ¿Para qué sirve hablar? de Olivier Abel, filósofo en la tradición humanista de Paul Ricoeur, es una excelente invitación para nuestros hijos a comprender y plantearse el valor del diálogo en nuestro día a día. El inicio es el asombro ante el valor que las palabras puedan tener en nuestro mundo, el valor del lenguaje como constructor y configurador del mundo, base de la corriente filosófica contemporánea conocida como hermenéutica, basada en la interpretación de los signos que utilizamos, con particular cuidado con los lingúísticos.
Una conversación es como una composición musical, en la que cada uno tiene su cometido y tiene que escuchar su propia voz sin dejar de escuchar a los demás… (p.18)
En el libro encontramos de manera accesible rampas para preguntarnos por el valor de la palabra, del hablar, compartir o polemizar en distintos ámbitos de nuestro espacio cotidiano. Aspectos que, una vez situada nuestra curiosidad en el tema, nos pueden llevar a disfrutar de este proceso de cuestionamiento positivo de nuestras conductas. El autor presenta perfiles y aspectos de la conversación que nos pueden generar riqueza en nuestros “paseos” mentales, nos abre territorios donde cuestionar y aplicar el valor que estos diálogos abre en la formación continua de nuestra columna investigadora. Como repetiré a menudo, investigar no es más que seguir las huellas de los signos que nos parezcan interesantes, para profundizar en el maravilloso misterio de las cosas, iluminar con ello la frontera de lo conocido y asomarnos al misterio de lo que no conocemos.
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Pongamos el ejemplo de una de las ideas del autor, aplicadas a generar movimiento en nuestra curiosidad. Olivier Abel habla, en las condiciones de la conversación, de su “instalación”, del lugar y las circunstancias en que se produce: una comida, un paseo, una mesa. Si tomamos esta imagen, nos puede ser útil para ordenar las condiciones en las que se producen para mí los diálogos: cuáles son sus tiempos, cuales son sus espacios, cuales son sus condiciones, en que modo puedo procurar espacios para comunicarme con quien sea interesante para mí, en que parte los evito, en que parte no los encuentro, cómo condiciona cada uno de ellos la calidad del proceso, cómo puedo mejorarlos. Las condiciones del diálogo forman parte de él, con la misma importancia que el mensaje, los métodos, el placer, la educación. No tener tiempo para dedicarlo a algo que consideramos importante significa también plantear cuestiones de sentido sobre el orden global del tiempo del que dispongo, quizá nuestro bien más valioso. En este punto es donde la filosofía, o el pensar con atención sobre nuestra vida, si queremos otro nombre, puede ser una fuente de lucidez, e incluso puede llevarnos a tomar decisiones importantes, que redireccionen lo que nos nos satisface, generando convenciemiento personal sobre el valor de lo que estamos rechazando. Ejemplo negativo de lo mismo lo encontramos en las expresiones me estoy perdiendo…, que casi siempre encabezan proposiciones de resignación. Resignación quiere decir abandono, es sinónimo de inactividad, pereza, falta de signos con los que colocar una barrera o cesura mental ante los hechos que no nos gustan. Es algo importante, incluso cuando las circustancias no parecen poder modificarse, porque, al menos, nos proporcionan nuevas perspectivas sobre los problemas y nos mantienen atentos y dispuestos a valorar toda circunstancia que se comprometa con una mejor solución a nuestras tribulaciones. Me estoy perdiendo la infancia de mis hijos, su tiempo, su desarrollo… indica que no encontramos instalaciones compartidas para que la conversación fructifique, para que la educación, que tiene su base central en el diálogo y la conversación pueda ir creciendo progresivamente. Lo que resulta realmente genial es darnos cuanta de que en este proceso de cuestionarnos nuestros diálogos se produce el más fértil de todos, la conversación con uno mismo, en donde todo cuanto deseamos y formula nuestra personalidad se nos presenta a nuestros ojos y se nos ofrece con la fuerza plástica de algo que depende de nuestra opinión y esfuerzo, de cuanto podamos desear y diseñar, de nuestra capacidad para crearnos, aún contra todas las dificultades.
Miguel Ángel Ramos.
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Miguel Ángel Ramos.
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