MÚSICA CLÁSICA PARA NIÑOS: Mi madre la Oca de Maurice Ravel

La obra de la que hoy vamos a hablar es una pieza escrita en 1908 por el compositor francés Maurice Ravel en la que quiso evocar el mundo de los sueños y los cuentos de la infancia. Su título Ma mère l’ Oye (Mi madre la oca).

 

Ma mère l´Oye es una composición que desde el primer momento -a lo largo de las próximas semanas hablaremos de muchas obras que si bien consideramos propias para los niños y sabemos perfectamente que se lo pasan estupendamente escuchándolas, no han sido escritas para ellos-  tuvo a dos jóvenes como principales destinarios,  Jean y Marie, los hijos de los Godebski, un matrimonio amigo de Ravel. Y este pequeño dato marcó la obra desde su concepción ¿Cómo? me preguntaréis. En las siguientes líneas lo iremos desgranando, pero antes escuchemos.

 

 

Cuando Maurice Ravel compuso esta obra tenía treinta y tres años y estaba en el esplendor de su carrera. De su pluma ya habían salido obras como Juegos de agua (1901), Cuarteto en Fa Mayor (1902), Melodías de Shéhérazade (1904), Miroirs y Sonatina para piano (1905) o Introducción y allegro para arpa y conjunto (1906), que le habían convertido en un músico conocido, apreciado, a la par que discutido con un estilo personal que le distanciaba de las corrientes más de moda en su Francia natal. Y es en este momento que decide escribir esta joya, nadie duda que es una de sus mejores obras, en la que revisa su lenguaje para simplificarlo y despejar su escritura. ¿Por qué hace esto? Por lo que ya hemos comentado, porque desde el minuto uno de su gestación estuvo pensada como una obra para los niños, para que ellos pudieran soñar con ella e incluso, por qué no, tocarla. Así fue el día de su estreno, niños de 6 a 10 años, que no eran ni virtuosos ni niños prodigios, fueron los que se hicieron cargo de su interpretación.

 

Y ¿niños de 6 a 10 años tocaban en una orquesta? sería la pregunta. Y mi respuesta clara y contundente: no. Pero es muy sencillo entender este no. La obra no fue concebida originariamente para orquesta clásica sino como una pieza para dos pianos, o que pone en la partitura para piano a cuatro manos.  Esta era una práctica habitual en Ravel uno de los grandes orquestadores del s. XX. Primeramente concebía la música como obra para piano y posteriormente la convertía en obra orquestal. En el caso de la Ma Mére l’ Oye incluso hubo una tercera variación. De la versión para orquesta saldría un ballet cuyo argumento fue creado por el propio compositor y le dio la posibilidad de ampliar la partitura. Va a ser esta versión ampliada la que a continuación vamos a comentar.

Lo mismo que una novela que tiene 300 páginas se estructura normalmente en capítulos la música clásica suele estar organizada sobre unos esquemas o formas musicales. Iremos hablando a lo largo de las semanas de estas formas. Tenemos muchas: la sonata, el concierto, el rondó, el lied, … o la que hoy nos ocupa: la suite. Si recordáis ya hablé de esta forma en el Carnaval de los animales cuando os comenté que se trataba de una obra en la que estaban incluidas una serie de piezas independientes, catorce para ser exactos.  En Ma Mère l’ Oye sucede lo mismo, estamos ante una suite de piezas independientes -cinco en la versión para piano a cuatro manos; preludio y seis cuadros en la que hoy vamos a hablar- pero en esta ocasión el criterio común no son los animales sino que en cada una de estas piezas, de estos cuadros, llamadles como queráis, se evoca un cuento clásico o, para ser más exactos, un momento especial de esos cuentos. 

Comencemos a escuchar estos «momentos destacados» uno a uno. Solamente un apunte antes de pasar música. Ma mère l´Oye en la versión de 1912 no comienza directamente con la evocación de un cuento -como ocurre en la versión de piano a cuatro manos- sino con un preludio.

 

 

La palabra preludio a lo largo de la historia de la música ha tenido muchas acepciones pero la podríamos definir como una pieza instrumental, que suele ser tocada al principio de la representación u obra y que suele tener un un carácter introductorio, un preludio de lo que va a venir. Se trata  de preparar a la audiencia en la atmósfera adecuada y eso es lo que hace Ravel de manera perfecta en los escasos tres minutos que dura este preludio. Con los instrumentos de metal y madera centelleando y la cuerda realizando unas sonoridades realmente mágicas,  llenas de murmullos y de llamadas, estamos preparados, expectantes y deseos de entrar en ese universo de sueños infantiles.

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La Danza de la Rueca.

En la partitura original para dos pianos este número no existe. Lo creó Ravel, junto con el preludio que acabamos de escuchar, para esa versión de ballet a la que antes hacíamos mención y que fue estrenada en 1912.  Un número en el que podremos imaginarnos a la princesa que cae, pierde el conocimiento y entra en un sueño profundo tras pincharse con la rueca. Unas pistas o si queremos ser más técnicos unas pautas de audición: lo primero que escuchamos es un zumbido continuo, por supuesto, es la rueca y sobre  ella nos podemos imaginar a alguien, la princesa, un niño… saltando y jugando. De repente un chirrido, una sonoridad potente de toda la orquesta describe una caída. Es nuestra princesa. Si vais al min 2.50 incluso podréis escuchar el lamento fúnebre que todas sus damas de honor le dedican.

 


Pavana de la bella durmiente del bosque.

Una música de danza lenta, solemne y cortesana, por algo se titula «Pavana de la bella durmiente del bosque» sobre la que escuchamos destacada a la flauta. Al principio esta flauta es una viejecita, pero pronto la melodía se irá transformando, irá cambiando. La viejecita  es en realidad el hada benigna que acuna a la niña. Así escucharemos el paso de la melodía de su forma primera a una tesitura  mucho más aguda y transparente que posteriormente será tomada por el clarinete, acompañado delicadamente por una cuerda misteriosa.

 


Las entrevistas de la Bella y la Bestia (movimiento de vals muy moderado).

Dos ideas musicales contrapuestas: por un lado el maravilloso y encantador tema del clarinete (la bella) y de la otra parte las súplicas murmuradas de los contrabajos (la Bestia). Y con ellos todo un diálogo musical en el que la bella sucumbirá ante las súplicas. Al final un glisando del arpa, nos anuncia lo que esperamos: no tenemos bestia porque tras los rasgos del monstruos se esconde un príncipe encantado. En la versión para dos pianos este número no aparece en tercer lugar sino en cuarto, tras «La emperatriz de las pagodas».

 

 

Pulgarcito

 

En un tiempo Muy moderato Ravel nos lleva al interior del bosque. Allí, a la caída de la noche, los hijos del leñador, cansados y con frío, caminan vacilantes. Les escuchamos desde el principio en los violines tocados con sordina, que con un dibujo de terceras y sus cambios constantes de compás, nos describe las dudas y vacilaciones de esos niñosIntentos de despegar, de ir hacia delante, pues parece como si la melodía fuera a depslegarse primero en el oboe (a partir min 0’22) para después intentarlo el corno inglés (0’42). Escuchamos también las escandalosas llamadas de los pájaros, tocadas por los violines con sus trinos y glissandos (min 2’14) e incluso escuchamos como contesta un cuclillo (flauta 2’16). Pero la marcha prosigue para finalmente desvanecerse en el último acorde que con la tonalidad utilizada (Do M) nos disipa toda angustia.

 

 


Laideronnette, emperatriz de las pagodas.

En este número Ravel se basa en un cuento de la  Condesa Marie d’Aulnoy, rival en su época de Charles Perrault, en el que se nos narra la historia de una bellísima princesa que es condenada por una malvada hada -no a dormir cien años- sino a una horrible fealdad.  De hecho Laideronette se podría traducir como Feucha. Desesperada, la protagonista se encontrará con una serpiente verde que le lleva por el mar hasta un lugar muy lejano llamado Pagodins, en el que viven unas diminutas criaturas cuyos cuerpos son de cristal, porcelana y piedras preciosas. Y el momento que Ravel elige para evocarnos a través de la música es el baño purificador que se da Laideronette mientras los Pagodins tocan sus exóticos instrumentos, -al salir de él la niña fea se convierte en la Emperatriz de las Pagodas y se casa con la serpiente verde que resultó ser un apuesto principe.

  

 

Una historia que le da pie a escribir la pieza más extraña y seductora de la suit en la que nos da muestra del gran orquestador que es. Un movimiento de marcha (un, dos, un, dos) bastante más vivo, más rápido que el anterior, le sirven de soporte a un baile de sonoridades de una riqueza inusitada que parecen venir de allende los maresFlauta piccolo, xilófono, arpa, celesta, címbalos se suman a una cuerda, que divida, añade refinamiento.

 

 

El jardín mágico 

 

Último número.  Lento y grave nos indica Ravel y en él nos va a devolver la luz y el canto de los pájaros. En el cuento, la princesa ha sido despertada por un beso del príncipe encantado y la pareja será bendecida por el hada. Los instrumentos de cuerda nos van a abrir la puerta de ese mundo maravilloso y nos van a guiar hasta el deslumbramiento final con la gran apoteosis  a cargo de la trompeta, de la madera y de toda la orquesta. 

 

 

El cuento se ha acabado pero nosotros tenemos la suerte de poderlo escuchar nuevamente. En esta ocasión en la versión para dos pianos creada por Ravel en 1908.

 

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